Por Caballita del diablo
Escribo desde la sensación de estar enlazada a dos geografías. Con los pies y una mitad del corazón en México y con la otra mitad y la pituitaria en Bolivia. De ambos lugares me inunda la emoción corporal de ser parte de una estrepitosa fuerza que ha unido a muchas mujeres heterogéneas, pluridiversas, de diferentes edades y realidades que alzan la voz contra la violencia patriarcal.
En México se ha recrudecido la violencia. El asesinato de tres estudiantes de medicina y un conductor de la plataforma Uber, el pasado 23 de febrero en el municipio de Huejotzingo, desató la alarma general en Puebla. Los estudiantes se levantaron en protesta. Se dice que no hubo tal movimiento desde los años setenta. Una serie de movilizaciones dan forma a un paro universitario que se sostiene durante dos semanas. Las mujeres universitarias organizamos un espacio autónomo para profundizar las violencias y para desbordar los términos de la “seguridad y justicia” que las instituciones universitarias y las estructuras de gobierno quieren negociar e imponer. Señalamos que nuestros deseos de politización no caben en sus agendas y organizamos una Asamblea feminista donde nos encontramos mujeres de diferentes edades para hacer visible que en las aulas y los espacios universitarios también nos vulneran, nos violentan, nos acosan y violan. Denunciamos que el agresor convive entre nosotras. Nos planteamos subvertir y sacar de los espacios “privados” lo que el patriarcado quiere esconder. Es unir camino entre muchas y entre otras que un tiempo atrás comenzaron con denuncias por facultades y colegios con diferentes estrategias: tendederos (que explicitan los casos), procesos legales, foros de politización de la violencia sexual, reuniones, etc. Hay mucho avanzado y analizado. Hay fuerza y conocimiento acumulado.
El 8M se sitúan en ese escenario, las mujeres que nos movilizamos en Puebla somos muchas. Las que nos encontramos en la Fiscalía acompañamos a las familias. Grupos diversos se acuerpan, mamás con hijas, amigas, algunas organizadas otras no tanto pero todas encuentran un lugar en los adentros de la movilización. El trasfondo son las consignas que nunca dejan de escucharse. Todas nos manifestamos de diversas formas, habitamos la marcha en diferencia de pensamiento, sintiendo que el estar juntas es una acuerdo implícito. Nos lo recalcan “Las ingobernables” cuando entramos al zócalo y se juntan los fuegos entregándonos a una fuerza provocada colectivamente.
En Cochabamba Aquelarre Subversiva y la Articulación Wañuchun Machocracia gritan: ¡No tenemos miedo! ¡Tenemos fuego! La metáfora alude a la rabia que nos inunda por el incremento de feminicidios. Se hacen presentes la imagen de la madre que busca justicia encadenándose a las afueras del palacio de la (in)justicia como diciéndole a la hija que no la olvida, el feminicido de Carlita, de catorce años que fue secuestrada y presa por diez días en la localidad de Bermejo, Tarija… sus asesinatos son leña que alimentan nuestras luchas y nuestros deseos de organizarnos. La justicia corrupta, el ninguneo a los familiares de las asesinadas, los sentimos como un ninguneo a nosotras mismas, a nuestra vitalidad, y a nuestro deseo de vivir. La marcha del 9M tiene ese fuego y las mujeres se movilizan potentes, imparables, en colectividad y firmeza. En la puerta de la UTOP le gritan a la “institución del orden” “!Policías, violadores!” y leen los nombres de todas las asesinadas en manos de policías y militares. Sí, estamos rabiosas, y ya no callamos nada.
Entrevero de hipótesis
La violencia machista, el dolor producido por los feminicidios del primer trimestre del año ha calado nuestros huesos. Primera hipótesis: La inestabilidad y los efectos de la crisis última boliviana se han tornado más violentos y las consecuencias de la guerra se han descargado sobre el cuerpo de las mujeres. Las cifras de los feminicidios son alarmantes. Los casos cada vez más crueles. La demanda de justicia de las familias pasa invisible a los ojos de jueces y de quienes “proveen seguridad y protección” protegiendo a sus camaradas feminicidas y entorpeciendo los procesos. En la guerra la violencia, el abuso y los asesinatos de mujeres se recrudecen.
Segunda hipótesis: Nos matan porque se empecinan en negar nuestra autonomía y porque nos quieren calladas y disciplinadas. Estamos rompiendo la porosa membrana que “separa” lo público y lo privado. No les gusta. El mundo patriarcal de derecha e izquierda nos reclama. No soporta el tono de las denuncias. Unos nos reclaman porque hemos rebasado sus esquemas políticos y sus estructuras machistas; y los otros porque no respetamos sus instituciones y hemos desafiado a sus pactos internos. Nosotras decimos que el violador o el abusador puede ser cualquiera. Nos dicen tóxicas por no callar y prefieren seguir habitando y conviviendo en la putrefacción de lo que esconden.
¿Cómo hemos llegado a este mar de sensaciones? ¿Qué nos mueve?
Hay una certeza: nuestras luchas rompen con la invisibilidad, con la injusticia y con el proceso social que naturaliza, normaliza las múltiples y repetidas violencias contra nosotras.
Afirmamos que “no van a cortarnos las alas”. Ya nacimos en marea y estamos conectadas más allá de las fronteras. Nuestro dolor se ha convertido en rabia y las rabias se tejen para renacer en lucha. Luchamos por un tiempo negado y al que no teníamos acceso. Nos mueve el deseo y buscamos justicia para Fátima y Carlita; queremos otras niñas y niños crezcan, vivan libres y aprendan a reconocer sus deseos propios. El 8M y el 9M son una especie de manotazos que salen desde el lado del corazón. Nuestro fuego proviene de una fuente común: la alegría que nos produce luchar juntas y hermanadas.