Cada 18 de mayo se recuerda en Bolivia, el día de lxs trabajadorxs fabriles, en recordatorio de la llamada Masacre de Villa Victoria de 1950, perpetrada por el ejército y carabineros.
En un contexto de creciente organización de los trabajadores fabriles, bancarios, estudiantes, mineros, ferroviarios, gráficos y maestros, 1950 representa uno de los momentos importantes de la lucha popular y obrera alrededor de los sindicatos que cobraban mucha relevancia, como sucedía, por ejemplo, con la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (la FSTMB), o los sindicatos fabriles. Fue un preludio a los sucesos de la revolución de 1952.
Desde el 16 de mayo de 1950, una huelga de trabajadorxs fabriles, ferroviarios, etc., convocada por el “Comité Coordinador” en la ciudad de La Paz, desembocó en enfrentamientos entre trabajadorxs con la policía y el ejército, durante el gobierno de Mamerto Urriolagoitia. Un gobierno abiertamente represivo contra lxs trabajadorxs.
Aquel tiempo, mujeres y hombres migrantes se convirtieron en obrerxs, poblando los barrios aledaños a las fábricas. Los antiguos vecinos que aún quedan en Villa Victoria en La Paz, recuerdan no solo la sirena de la fábrica Said, que llamaba a lxs obrerxs para acudir al trabajo de madrugada, sino el sonido de las balas que, ya sea por ataques por tierra o aéreos, asolaron la zona ese 18 de mayo. Los combates con el ejército, en esa ocasión, fueron casa por casa.
Aquí compartimos un fragmento del libro “Medio siglo de luchas sindicales revolucionarias en Bolivia”, de Agustín Barcelli, que describe la Masacre de Villa Victoria, de ese 18 de mayo, día que por este motivo se convirtió en el Día del Trabajador Fabril. Para recordar la lucha de lxs trabajadorxs de base, así como a las cientos de personas que trabajan hoy en pequeños talleres, sin ningún tipo de derechos laborales. En un día del Fabril como éste, en que trabajadores despedidos de la quebrada Empresa Pública Nacional Estratégica de Textiles (Enatex), han sido duramente reprimidos por la policía, y detenidxs, al exigir la abrogación del decreto 2765, mediante el cual el gobierno ha cerrado esta empresa, dejando desempleadxs a más de 800 trabajadorxs. La lucha sigue por fuera de las cúpulas dirigenciales que son aliadas al Movimiento Al Socialismo.
Agustín Barcelli S.
Medio Siglo de Luchas Sindicales revolucionarias en Bolivia.
Editorial del Estado, La Paz, 1957
Páginas 228 – 231
(La transcripción ha respetado en todo momento la forma de escritura del autor)
XVII. Huelga General Revolucionaria en 1950
[…] La mañana del día 18 señalado como fecha para la paralización de labores, pequeños grupos de huelguistas recorrían los barrios populares exigiendo el cierre general de los negocios. Al mismo tiempo se invitaba a los trabajadores para la gran concentración a realizarse en el Obelisco (Santa Cruz esquina Ayacucho). Ya concentrada una enorme multitud se tuvo noticias de que en la mañana la policía había asaltado la Universidad de San Andrés y la Escuela Normal Superior en donde funcionaban sendos “cuarteles generales de huelga” procediendo a la detención de numerosos obreros y estudiantes.
La reacción de los oradores y de la multitud fue cobrando peligrosos niveles de violencia. Al medio día ya la lucha entre policías y manifestantes se había generalizado. La multitud reclamaba las armas que los comunistas por intermedio de Ricardo Anaya – a la sazón “asilado” en la casa del Ministro de Gobierno- les había prometido desde días antes. Pero las armas no llegaban mientras crecía la violencia y la desesperación de la masa. Un grupo de manifestantes asaltó el depósito de la Aviación apoderándose de varios camiones con los cuales procedieron a transportar piedras para erigir barricadas y utilizarlas como proyectiles contra los ataques de la policía.
A las 14 horas un camión cargado de carabineros se volcó en las proximidades del Teatro Monje Campero, quedando varios de ellos heridos. La gente presente se abalanzó sobre el montón informe de carabineros y camión para apoderarse de las armas que aquellos habían soltado en la caída. Así lograron reunir algunos fusiles para utilizarlos en su lucha de barricadas. En esos momentos La Paz entera se estremecía con el estampido de fusiles y ametralladoras.
Frenética la multitud asaltaba las garitas de los varitas y los semáforos, mientras acopiaba muebles, camiones, autos y toda clase de material para dar consistencia a sus barricadas. Así la ciudad quedó dividida en dos sectores: uno que comprendía todas las barriadas obreras hasta El Prado y la Universidad, en poder de los huelguistas; y otro; que comprendía todo el centro de La Paz y barrios aristocráticos que era retenido por las fuerzas del gobierno. Todos los ataques de éstas serán contestados con piedras, dinamita y balas.
Al promediar la tarde del día 18 comenzaron a atacar las tropas compuestas de 6 regimientos de Ejército y 2 de carabineros provistos de morteros, ametralladoras y gases. Esa tropa al mando del general Ovidio Quiroga comenzó a asaltar las improvisadas barricadas, defendidas hasta el último aliento por los huelguistas.
XVIII. Inmolación de Villa Victoria
Hacia las cinco de la tarde la situación de los insurrectos se había hecho realmente crítica. Sólo el ejemplo y el valor de algunos dirigentes obreros mantenía en alto la moral de sus compañeros, que comenzaban a ceder ante la supremacía del fuego de las tropas.
Lentamente se desplazaba la tropa sobre sus objetivos estrechando el círculo de hierro y fuego en que iban a ahogar a Villa Victoria.
Hacia las 19 horas sólo quedaba un puñado de valientes resistiendo todos los ataques de la policía y el ejército. Seguro el general Ovidio Quiroga de su “triunfo” ordenó cesar el fuego y exigir la rendición incondicional de los que aún resistían. Estos comprenden que tal rendición significa la muerte en medio de atroces torturas y guardan un elocuente silencio. Hora y media más tarde son barridos por la metralla, la artillería y la aviación. Después de minutos de heroica resistencia se acalla para siempre el “último fortín obrero” y un silencio rodea a los heroicos muertos.
La llegada de la noche no detiene ni la violencia destructora y homicida de la tropa ni el heroísmo de los trabajadores. Calle por calle, casa por casa, perdida ya toda la organización masiva los obreros siguen combatiendo a las fuerzas gubernamentales. Al aclarar la primeras horas del día 19 aún siguen resistiendo unos cincuenta obreros dispersos por Villa Victoria. Pero de pronto son masacrados por el fuego de los atacantes.
Minutos más tarde sobre la inmolada Villa grupos de mujeres desoladas y hombres de los carros basureros se disputan ferozmente los cadáveres, que son cargados en montón y enterrados en secreto; […] el gobierno ni siquiera se sintió obligado a dar un informe detallado de los sucesos. El número de víctimas y el lugar en que fueron enterrados sigue siendo un secreto.”