Por Bárbara Giavarini*
(Publicado con el permiso de la autora)
Todas las variedades de maíz producido por comunidades indígenas guaraní del Chaco en Bolivia, que se cultivan con semillas nativas, se destinan al sustento de las familias indígenas, como lo muestra claramente la investigadora Bárbara Giavarini. Si las semillas transgénicas son legalizadas, afectarán de manera inmediata a las comunidades que han resguardado por siglos las semillas originarias.
Llegué a Gutiérrez por primera vez en julio de 2014. Gutiérrez es una comunidad del Chaco cruceño, a 218 km de Santa Cruz. Allí vive el padre Tarcisio Ciabatti, un sacerdote muy amigo de mi papá, y Francesco, amigo mío que me sugirió la comunidad de Ivamirapinta, donde vivía él con su esposa Jenny, una mujer guaraní, y sus hijos. Yo terminaba una maestría y había decidido hacer una investigación sobre el maíz y los transgénicos. Esta última palabra finalmente no quedó en el título, pero sí el maíz como elemento central de la vida de las familias de una comunidad guaraní en el Chaco cruceño. La comunidad terminó siendo Palmarito.
Me tomó un año exacto volver al lugar luego de aquella primera vez, y en esta oportunidad me acompañaron mis dos hijas y mi pareja. Por razones logísticas de distancia y porque Francesco ya no vivía más en Ivamirapinta, cambié de comunidad a una más cercana a Gutiérrez. Esta vez me esperaba el padre Tarcisio y ni bien llegué, subimos a su vagoneta y partimos junto a Arturo, el joven profesor de música, directo rumbo a Palmarito, la comunidad donde sí haría mi trabajo.
Era domingo, estaba casi oscuro y Tarcisio tenía que celebrar misa en la comunidad, como de costumbre. La capilla era pequeña, llena de murales coloridos y palabras escritas en guaraní que ciertamente yo no podía descifrar. Tarcisio había llevado gasolina para encender el motor que da electricidad. Cuando se hizo la luz, todos los enchufes ya estaban ocupados pues resulta que cada domingo después de misa se proyecta una película y es cuando los más jóvenes vienen a la capilla y aprovechan para cargar sus celulares. La película que se proyectó aquella noche titulaba Un minuto de silencio.
El padre Tarcisio es un franciscano de 84 años, de sencillo vestir y con una dulce mirada que se agranda con los lentes que lleva. Nunca está quieto, trabaja con las comunidades guaraníes especialmente en el tema salud desde los años 70 y escuché decir por ahí que quien no conoce a Tarcisio no conoce el Chaco. Le dicen el taturapua, armadillo en guaraní, porque cuando se le mete algo en la cabeza se vuelve una pelota y no hay forma de abrirlo para hacerle cambiar de idea.
Seguramente así fue como, preocupado por el tema de la salud, fundó el Tekove Katu (Vida Plena) que es la Escuela Pública Técnica de Salud del Chaco que acoge hoy a distintos jóvenes guaraníes en áreas como enfermería, salud ambiental, nutrición y trabajo social comunitario.
Allí mismo viven todos, el padre, Nicolasa, una laica guaraní, su hija y voluntarios y voluntarias que van y vienen para trabajar y conocer la experiencia del Tekove. El conocimiento de otras ramas es siempre bienvenido para retroalimentar la formación educativa de los estudiantes, así que un día conversamos sobre los transgénicos en Bolivia y al cabo de la reunión los jóvenes agarraron sus violines y amenizaron la clase.
Palmarito es famoso porque tiene un coro y una orquesta de música que forma a jóvenes en diferentes instrumentos. Han sido y siguen siendo partícipes de festivales y eventos de música renacentista y barroca; iniciativas también impulsadas por el padre Tarcisio.
Palmarito
La distancia de Gutiérrez a Palmarito es de 14 kilómetros y medio. No hay movilidad local, por lo que la gente “hace dedo” cuando ve la movilidad del Tekove Katu o se moviliza en motocicleta propia, bicicleta o a pie.
Don Santos, el mburvicha antiguo, me contó que cuando era chico Palmarito era un lugar lleno de palmas, de ahí el nombre, y que se dedicaban a elaborar sombreros y cedazos en grandes cantidades. Me dijo que cuando se fundó, eran apenas 13 familias y ahora ya son 135. Ese crecimiento hace que también se hable de Palmarito nuevo y Palmarito viejo.
Jenny, esposa de mi amigo Francesco, por quien yo había llegado a esta región la primera vez, es agrónoma de profesión y estaba de visita a sus parientes en Palmarito. Ella fue quien me presentó a varios comunarios del lugar y luego fue Roxana, su cuñada, quien me acompañó el resto de la estadía y pudo traducir del guaraní lo que algunas mujeres me contaban, pues mi presencia coincidió con la ausencia de los hombres. Ellos habían salido de la comunidad para trabajar porque la sola producción de maíz no alcanzaba para la subsistencia de las familias.
Así producimos el maíz
Los guaraníes son históricamente un pueblo de maíz. Y el Chaco es una región ganadera y productora de maíz. A lo largo de la carretera puede verse incluso publicidad de híbridos de maíz. Gutiérrez se convierte en un centro de acopio de todas las comunidades y en época de cosecha se encuentra invadida de filas y filas de camiones que llevarán el grano rumbo a Santa Cruz y Cochabamba como alimento para animales.
El paisaje entrando a Palmarito es similar, está prácticamente rodeado de cultivos de maíz (pero con alambres de púas a ambos lados). Me cuenta Arturo, el joven profesor, que esas son grandes extensiones que pertenecen a los propietarios (personas individuales), y que producen todo con máquinas.
Los comunarios, por el contrario, producen dos a tres hectáreas y lo máximo que se puede cultivar es hasta 10 hectáreas, más “ya no le permiten”, dice Ronald, hermano de Jenny, porque la propiedad de la tierra es colectiva. Y es que uno produce también dependiendo de la capacidad económica, la mano de obra familiar que se disponga para la siembra, la cosecha, o si se cuenta con el dinero para poder contratar “la maquinaria”.
Es por ello también que unos producen todo de forma manual, otros de forma mixta, como don Alejandro, otro comunario del lugar, que ese año sembró “dos hectáreas mecanizado y el otro manual”. Y hay una nueva modalidad que es la “asociada” donde todo el trabajo es mecanizado y con una mayor cantidad de hectáreas. Le llaman “Chaco cooperativa” y en esa modalidad la ganancia depende de quien pone la tierra o invierte más con semillas o la misma maquinaria. Esta figura es un poco riesgosa porque está abriendo la posibilidad de asociarse con externos a la comunidad (quienes no podían acceder a cultivar, pues es una Tierra Comunitaria de Origen) y porque casi siempre el acuerdo resulta ventajoso para quien “pone más”, restándole el valor a la tierra.
Existen además diferencias entre los chacos que se encuentran cerca de donde puede entrar la maquinaria y aquellos donde no, además de la distancia de los chacos, pues hay algunos que quedan a 2, 3 y más horas caminando desde la comunidad. Ese tiempo de recorrido es también un trabajo no contabilizado y valorizado por los comerciantes al momento de comprar su maíz a un precio menor de mercado.
El maíz es todo para nosotros
Avati o Avatiki, es el nombre del maíz en guaraní. Este es el cultivo más importante para las familias de la comunidad, junto al poroto negro. También producen zapallo y lacayote. Pero el maíz representa una de sus mayores fuentes de ingresos (otras son los trabajos eventuales en distintos oficios, como la albañilería o la cosecha en otras propiedades) porque es el alimento de las familias y de sus animalitos.
Así cuenta don Santos, el mbruvichá antiguo, que dice que si no hay maíz, “uno no se puede estar tranquilo porque no podemos criar chanchos, gallinas, nada (…), el arroz es muy livianito, no es como el maíz; por ejemplo, cuando nosotros estamos trabajando tenemos que tomar chicha, tenemos que tomar somó para irse al trabajo, y así uno aguanta, pero con arrocito, con pancito, uno toma desayuno un ratingo y ya uno está con hambre otra vez; no es como el maíz, el maíz es lindo para nosotros, nosotros como guaraníes usamos pa eso”.
“Colorado”, amarillo”, “criollo” o “cubano amarillo”, es como llaman a la variedad que producen, almacenan, venden, truequean y también guardan como semilla. Hay otras variedades más como “el perla, el blanco, blando, pororo, pipoca, para hacer pito” como dice doña Rosa, una mujer de 75 años, comunaria del lugar.
Esta variedad de maíces se cocina de distintas maneras, por ejemplo, un día de esos llegamos de visita a la casa de Arturo, el profesor de música, donde encontramos a su mamá, doña Luisa, junto a varias sobrinas y otras mujeres moliendo maíz en el tacú. Preparaban “roscas” al horno, y ante mi curiosidad, doña Luisa me explicó cómo se hacían. Se tiene que moler el maíz con el tacú hasta que esté finito como harina, luego “se le echa manteca, queso y sal. Se mezcla y hay que amasarlo bien junto con un poquito de agua para que moje, pero no tiene que mojarlo mucho. Después se hace redonditos y al horno”. Otro preparado que se hace con la harina de maíz es el uyape sonso, que se prepara mezclando la harina de maíz con agua, sal, manteca y quesillo; esa masa se pega al palo y se cocina cerca del fuego en el suelo, o también se puede envolver en una chala y poner todo a coser bajo ceniza. Ese día había llegado un surazo, como cada vez que voy al Chaco, así que los horneados de doña Luisa, cayeron del cielo.
Cuando se acaba el maíz
Aunque el Chaco tiene un ecosistema con características climatológicas particulares que anualmente provocan serios efectos en el sistema productivo, es una zona donde la producción de maíz se da en mayor proporción respecto a la extensión de tierra, esto, específicamente en municipios como Camiri, Lagunillas y parte de Gutiérrez.
Cuando hay mala cosecha, se desencadenan una serie de sucesos que dejan a las familias prácticamente sin alimento y sin semillas. Por ejemplo, don Enrique, un comunarios de unos 70 años, me contó que varias veces tuvo que partir a trabajar a su chaco sin comer porque no había alimento.
Hay casos en que si se acaba el maíz, muchas familias terminan incluso comiendo las semillas guardadas, sin tener después con qué alimentarse. Es por ello que muchos de los integrantes de la familia, sobre todo los hombres, salen a trabajar fuera de la comunidad, o bien a cosechar maíz en las tierras de propietarios (particulares), o a cuidar ganado; también se emplean como albañiles o panaderos en Camiri o Santa Cruz.
La necesidad también lleva a las familias a prestarse alimentos y semillas de “la venta”, la única tienda de la comunidad. Y muchas veces la deuda es saldada con la cosecha de maíz de la siguiente temporada, (que será comprada por “la venta”) a un precio menor que del mercado.
Esta dinámica es frecuente en las comunidades, en particular con los comerciantes que por lo general son gente externa a la comunidad. Así lo menciona Rocio Doserich, de la institución Caritas Camiri: “Desde que estoy en la zona siempre ha habido uno del interior en la comunidad, que era el ventero (vendedor de la tiendita). Incluso en las comunidades más alejadas siempre había una tiendita y seguro que era de afuera, era algún colla establecido, por decirlo así”.
Ocurre también que los comerciantes, que ingresaron a comprar el maíz de los productores a un precio bajo, guardan el maíz durante algún tiempo y en momentos de escasez regresan a la comunidad a vender aquella producción a un precio más elevado. Los comerciantes (propietarios provenientes del interior pero que ya se han establecido en Gutiérrez o tienen propiedades), comenzaron a hacer negocio en torno a la compra/venta del maíz, pero también con el alquiler de maquinarias, tractores, desgranadoras y otros.
Despedida
Visitar Palmarito me hizo comprender porqué el P. Tarcisio, Francesco y otros voluntarios/as se quedaron a trabajar en el Chaco. El lugar, la gente, esa “forma de ser”, el ñandereko, como dicen ahí, te agarra y no te suelta. La última noche, Nicolasa me contó detalles de la forma de preparar algunas comidas y bebidas a base del maíz. No pudimos despedirnos del padre Tarcisio porque días atrás había partido de viaje, no se puede decir de visita, a su tierra natal en Italia, trabajando como siempre.
En el viaje de retorno rumbo a Santa Cruz, a diferencia de la ida, se podía ver grandes camiones apilados uno tras otro en largas filas esperando la carga de maíz para ser transportada a Santa Cruz y Cochabamba.
Una de las conclusiones de mi trabajo fue que el maíz que se produce en la comunidad de Palmarito (muchas veces vendido a menor precio, con los riesgos climáticos que implica por las sequías, el esfuerzo del cuidado, el trabajo, entre otras cosas), es un maíz que termina alimentando animales que se supone son la “seguridad alimentaria” de otros, de los y las que vivimos en las ciudades. Pero la carne de pollo, res o cerdo son sostenidas sino subvencionadas precisamente por la “inseguridad alimentaria” de poblaciones y comunidades como Palmarito.
Es importante plantearse, ahora que el tema de los transgénicos ha sido colocado en la agenda política, que el maíz no es sólo alimento de animales sino también fuente alimenticia directa de comunidades guaraníes. Y significa una amenaza para la diversidad de maíces en el Chaco boliviano y en Bolivia.
Resistencia de los maíces. Así terminó llamándose mi tesis.
*Socióloga, Mgr. en Desarrollo rural y sostenible por el CIDES-UMSA.