Una madrugada la palabra hizo su magia y pernoctamos en conversa cuatro amigos, esa noche desmantelamos el mundo y lo armamos a nuestro gusto.
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La Danza de la Palabra es un colectivo que forjó sus cimientos en las calderas de la conversación. Por su centro han cruzado personas con variedad de visiones y formaciones (o deformaciones), creando una rica mixtura de perspectivas sobre los rumbos que ha de seguir el trabajo organizativo. Ha sido laboratorio comunicativo para la experimentación de formatos en la toma acuerdos y discusiones temáticas para la construcción colectiva del conocimiento.
La chispa que encendió las calderas tuvo lugar en un terreno con paredes hechas de barro y paja, al frente tenía un local que funcionaba como carpintería-hogar, “La Carpí” le llamábamos, ubicada en el centro de Tlaquepaque, municipio de la Zona Metropolitana de Guadalajara en el centro occidente de México.
Comenzó con una plática espontanea, discutimos con tal intensidad que se alargó hasta la madrugada, nos pareció tan atractivo el ejercicio que lo repetimos a la siguiente semana el mismo día y volvimos tradicionales los jueves de la danza. La convocatoria creció, cada integrante invitaba a alguien más y esto se repetía con los nuevos, hasta llegar a ser más de 50 personas en un pequeño espacio, en nuestros debates reinventamos formas y estrategias para hacer danzar la palabra, que ésta no se restituya como ejercicio del poder y permitirnos construir diálogos colectivos.
Todo esto sucedía en un contexto de cambio de gobierno durante las elecciones del 2012. El saldo de ese sexenio fue el recrudecimiento de la violencia por una estrategia fallida de “Guerra Contra el Narcotráfico” y una oleada privatizadora promovida por el presidente panista Felipe Calderón, antecediendo el regreso al poder de uno de los partidos más corruptos de la historia política de México, en manos del priísta Enrique Peña Nieto. La guerra contra el narco y la consolidación de las políticas neoliberales generaron una ambiente de inseguridad e inestabilidad a los pueblos del territorio mexicano.
El recrudecimiento en la violencia, los aumentos sostenidos del precio de la gasolina, la inflación, la privatización, las diferentes formas de despojo, entre otras razones, fueron elementos constitutivos para germinar movimientos protagonizados por jóvenes en los cuales nos integrábamos con nuestra danza. En una fecha incierta con la seguridad de que fue un jueves, a principios del 2012 comenzamos las tertulias en la Carpí, después de un trabajo constante por varios meses, decidimos complementar la acción del diálogo con trabajo colectivo más allá de nuestros muros y discursos. Para las fechas de transición presidencial: habíamos discutido centenares de temas, la cantidad de personas que asistían a las tertulias había crecido y disminuido varias veces, contábamos con una estructura organizativa para el seguimiento de los temas y talleres al interior, había roles de relatoría, moderación, operatividad, exposición, tesorería…
En resumen, contábamos con la capacidad para tomar decisiones, asumir acuerdos y discutir temas con estrategias funcionales para hacer de la comunicación una herramienta efectiva. Dimos el paso y comenzamos una biblioteca popular, producción de empanadas, lombricomposta y hortalizas. A pesar de que esos proyectos no tuvieron éxito y nos cayó el peso entero del refrán “del dicho al hecho hay mucho trecho”, continuamos con un proyecto de cine debate en el que discutimos temas como: El Agua, una mirada multidimensional, La Sociedad del Consumo y Los Transgénicos, dinamizados por documentales como “Blue Gold”, “¿Y tú Cuánto Cuestas?” y “El Mundo Según Monsanto”, así comenzamos a experimentar otras formas de comunicarnos fuera de nuestros muros y con personas de diferentes edades.
Logramos consolidarnos como colectivo, organizar eventos, fortalecer vínculos y relacionarnos con otras luchas. Con el tiempo comenzó el declive: la toma de decisiones se volvía complicada, todo lo queríamos discutir colectivamente, permitíamos que personas nuevas en el grupo participaran en la toma de decisiones lo que generó un aumento en las disputas internas y la desintegración del colectivo en ese momento.
Un elemento clave a resaltar fue la influencia que tuvo sobre el colectivo, el movimiento masivo conocido como #YoSoy132 (estudiantes movilizados ante la confrontación del 11 de mayo del 2012 y contra la campaña presidencial de Peña Nieto basada en la desinformación). Al detonar dicho proceso nos sumergimos en su inercia desplazando gran parte de nuestra agenda y objetivos, descuidando el mantenimiento de nuestro propio trabajo.
El 3 de enero del 2013 establecimos el borrador de nuestro manifiesto:
“La Danza de la Palabra es un colectivo de personas con una organización alternativa y horizontal, que mediante el dialogo y el debate llegamos a acuerdos para organizar proyectos y acciones, por medio de la participación creativa y democrática, la cual contribuirá a un cambio de conciencia, que ya existe pero es inconclusa en el desarrollo urbano. El grupo se permea de unos principios básicos: la inclusividad, el respeto, la equidad, la fraternidad, y la espiritualidad. El colectivo surge de nuestro común rechazo al vigente sistema político, económico y social. Nos oponemos a un sistema global que convierte la naturaleza en recursos para la explotación masiva, que transforma el ser humano en un mero objeto al cual se le inculca como única aspiración servir al sistema a cambio de un salario. Nos oponemos a un sistema que nos individualiza, nos uniformiza, nos manipula, y nos promete una falsa felicidad a través del consumo. Nos oponemos a un sistema que es un demostrable fracaso.”
Los cine debates y el manifiesto fueron las últimas actividades que realizamos en esa primera etapa. Se desbandó el grupo y cada quién siguió en la lucha por su camino, algunos mantuvimos contacto y amistad. A principios del 2016 decidimos reactivar la danza con un nuevo proyecto, consolidar una red que tuviera tres ejes principales economía, educación y arte: “Contra el individualismo: comunidad; contra la competencia: apoyo mutuo; contra el mercado especulativo: comercio justo; contra la deshumanización: sensibilización“.
Trabajamos un tiempo en ese proyecto y finalmente cooperamos con dinero para hacer una compra de piloncillo y con él impulsar la red. Ese plan no llegó lejos pero fue el pivote para el siguiente plan, el Camellón de la Milpa, que consiste en la apropiación colectiva de un área verde en una de las avenidas principales de la ciudad de Guadalajara. La forma en que surgió la idea de sembrar fue tan espontanea como la creación del colectivo, una noche después de la asamblea y frente al camellón se hizo la propuesta, secundamos y se decidió sin complicaciones.
Tuvimos reuniones preparatorias en las que discutimos asuntos que nos preocupaban, ¿qué pasaría si el ayuntamiento podaba la siembra? ¿Qué problemas podrían derivar de nuestra acción? Previamente habíamos acordado que no pediríamos permiso al gobierno porque decidimos reapropiarnos del espacio urbano en el sentido de la recuperación del uso común de las calles para un proyecto colectivo. Estas discusiones nos llevaron a revisar los reglamentos de la ciudad para hacer un balance de riesgos, sin embargo la determinación nunca se desvió. Concluimos que sí los trabajadores del gobierno cortaban nuestra siembra, volveríamos a sembrar pero sobre todo enfatizamos que lo principal era no desanimarse, los riesgos eran mínimos y comenzamos con los preparativos del evento.
Decidimos sembrar milpa, un sistema agrícola fruto del conocimiento originario que tiene como base la asociación de maíz, frijol y calabaza. Comenzamos a deliberar sobre ¿De dónde obtendríamos semillas, insumos y herramientas? Así iniciábamos el proceso organizativo para obtener recursos, activamos nuestra red de contactos y conseguimos donaciones y préstamos, financiamos algunas cosas pero a través de la cooperación juntamos lo necesario.
Sembramos el día de San Juan cuando empiezan las lluvias. El conocimiento técnico lo compartió un integrante de la danza que trabajó por tres años con comunidades indígenas campesinas. Creció la milpa y sucedió lo temido, el gobierno tumbo nuestro trabajo. La noticia no dejo fríos y a pesar de haber previsto la situación, algunos perdimos el ánimo, pero la determinación del colectivo era inamovible: sembraríamos nuevamente, las calles nos pertenecen.
Nuevas interrogantes bombardeaban las reuniones, ¿qué haríamos para evitar el resultado anterior? En esa deliberación surgieron ideas y vacíos que debíamos atender. Como defensa se propuso visibilizar el espacio y generar una campaña de comunicación; se planteó la presencia de bases vecinales como algo fundamental para la ocupación legítima. Así determinamos que nuestro trabajo debía ser enfocado a que los barrios se apropiaran del proyecto. Este asunto en particular ha sido uno de los principales desafíos.
Volvimos a la carga y resembramos nuestra milpa, esta vez invitamos a más personas, hicimos difusión mediante redes sociales y pintamos letreros informativos en la parcela. Funcionó la idea, pues asistieron más personas y el gobierno se vio obligado a respetar el espacio.
En el temporal del 2017 también el día de San Juan, volvimos a sembrar, en esta ocasión la convocatoria tenía como intención reivindicar el conocimiento tradicional y problematizar la cuestión pública. La coordinación se dividió en dos comisiones: comunicación y siembra. Previo al evento principal y rescatando lo aprendido decidimos organizar un cine debate y una versada de son jarocho en un foro cercano que nos prestaron, proyectamos el filme “También la Lluvia” que ejemplifica el proceso de privatización y lo relacionamos con el trabajo del camellón en la ocupación de espacios de poder en la ciudad.
Acordamos para el día de la siembra, hacer un evento que comenzara pidiendo permiso para realizar el trabajo y finalizar con una celebración de agradecimiento a la madre tierra: Miltlaskamatilistli (agradecimiento a la siembra de la milpa), en Facebook se puede encontrar en la sección de eventos de la página Agricultura Y Construcción Decolonial. Ese día asistieron más personas, sin embargo no eran de los barrios más cercanos. Terminamos compartiendo alimentos y conviviendo al ritmo de la música.
El aprendizaje que nos dejó el temporal del 2017 fue la importancia de incluir en los eventos un espacio para la convivencia compartiendo alimentos y las exigencias de tiempo que requiere el mantenimiento de un espacio como éste. El ayuntamiento respetó el espacio durante las lluvias, al terminar acudieron a cortar la milpa, el maíz no logró fructificar pero cosechamos flor de calabaza y frijol.
Para el temporal del 2018 planteamos que debíamos mantener presencia en el espacio por lo que decidimos construir un huerto frutal previo a la siembra de la milpa. Este objetivo exigía más recursos económicos por lo que hicimos una campaña de recaudación de fondos, conseguimos recursos monetarios y en especie, los suficientes para implementar nuestro plan. En este caso hicimos jardineras con llantas y tarimas en donde sembramos árboles de cítricos, este hecho nos hizo repensar el nombre, la Milpa del Camellón se convirtió en el Coamil Federalismo.
Nuevamente el día de San Juan, en un evento que llamamos Tierra y Asfalto, sembramos la milpa, pero esta vez apenas creció, el ayuntamiento la podó, un vecino que vio nos avisó y de inmediato acudimos al espacio y al discutir con los trabajadores de gobierno nos encontramos con pretextos absurdos para tumbar la milpa, principalmente afirmaron que la orden iba del director y que la milpa daba mala imagen de la ciudad, esos fueron parte de sus argumentos. Indignados hicimos una Convocatoria a mantener el espacio apropiado.
Dado que nos encontramos en una transición de gobierno local, comenzamos a buscar formas de para evitar que siguieran destruyendo nuestro trabajo, llegamos a la conclusión de negociar con ellos, a la convocatoria para mantener el espacio llegó una mujer perteneciente a una Colectiva Autónoma de Derecho que nos ofreció apoyo solidario, comenzaron a buscar en reglamentos y planes de desarrollo, a consultar profesores sobre el caso y llegaron a la conclusión de que tendríamos que seguir un proceso burocrático. Al respecto decidimos aplazar ese proceso hasta que la nueva administración estabilizara sus funciones en enero del 2019.
A pesar de lo anterior continuamos con la consigna de mantener presencia en el espacio y para ello desarrollamos un calendario de actividades que incluía un Taller de Compostaje y Organización vecinal y próximamente un evento para dar mantenimiento y que los niños pinten las jardineras, así como estrategias para mantener la interacción entre los asistentes y el espacio. El taller de compostaje nos acercó al objetivo principal de establecer vínculos con la comunidad de la zona, se dieron cita vecinos que ya han participado en las actividades de la milpa y otros que no habían conocido el proyecto.
El taller y construcción del composteador colectivo se convirtió en verbena: trabajo, comida y niños, receta probada. Se vivió una jornada alegre, con convivencia y discusiones sobre lo común, entre la heterogeneidad de las personas presentes se formularon perspectivas de acción para mantener el espacio apropiado, el tumulto en el camellón con sus mesas llenas de comida atraía la mirada de transeúntes, algunas personas se acercaron para preguntar sobre la actividad.
El coamil nos brinda la posibilidad de convocar a la comunidad para discutir y actuar en torno temas alimentarios, ambientales y organizativos, al mismo tiempo la convivencia fortalece los lazos sociales. Lo alimentario como tema es un núcleo que relaciona con muchos ámbitos de la vida política en la cotidianidad.
Finalmente quiero puntualizar algunas claves que hemos aprendido con la experiencia. La estructura organizativa del colectivo ha mutado de manera espontánea de acuerdo con los intereses, personalidades y cantidad de integrantes en cada momento. Sin embargo, debo decir que la evolución en la forma que tomamos las decisiones y materializamos los proyectos, actualmente ha mostrado ser más efectiva que en el pasado. Tenemos vinculaciones con otros colectivos y organizaciones, recaudamos fondos y focalizamos la atención en un solo proyecto multidisciplinario y sostenido. En el último tiempo se ha tomado contacto incluso con otros colectivos y organizaciones en Bolivia, con la idea de generar redes más allá de las fronteras en este esfuerzo político y colectivo de trastocar las fragmentaciones mercantiles y coloniales, problematizando las esferas de la producción de alimentos, el consumo y la construcción de sentidos comunes en espacios urbanos.
Decidimos a través de la asamblea, determinamos las tareas a cumplir y cada quién contribuye con lo que puede, generamos coordinaciones independientes que reportan constantemente las necesidades y avances de sus compromisos, las delimitaciones no son rígidas, los roles son rotatorios y cada persona participa como cabeza responsable de un asunto.
Contamos con principios claros que dictan el camino, creemos que la alternativa práctica para transformar la sociedad comienza en colectivo, imaginando otros mundos donde las relaciones de dominación sean disueltas en entramados comunitarios autónomos, autogestivos y descolonizados. Para construir esos mundos la palabra surge como catalizador de la acción, denuncia y exigencia: conjuga visiones, transmite esperanzas, fortalece lazos y vincula fortalezas. Así en el baile como en el dialogo hace falta ser empáticos, sentir los ritmos y acompasar los pasos, se debe tener la claridad de que es un proceso de ida y vuelta donde prime el equilibrio entre habla y escucha, no es sencillo y sobre todo, requiere práctica.
Construcción del compostero colectivo y taller de compostaje, noviembre de 2018.