[El Tumpa Apiawaiki habla mal] “solo de los que les quitaron sus tierras a la gente y matan por el gusto de matar y robar nuestras cosas” (…) si vienen ellos nos defenderemos”, los karai deben devolver la tierra robada […]
(Carta del sublevado Ayemoti al padre Romualdo D´ambrogi, desde Kuruyuki, 1891. En Combès, 2014)
Kuruyuki en 1892, era una comunidad guaraní en medio de un extenso territorio invadido por hacendados, misioneros y militares, los “karai”[1]. El hilo de continuidad de las políticas de ocupación de tierras bajas, entre la colonia y la república, estaba marcado por la presencia de colonos que se asentaron en el territorio donde anteriormente se habían establecido los guaraní, bajo la consideración de la zona como “tierras baldías”.
El triple ingreso de las grandes haciendas, del ejército, y de las reducciones misionales, anunciaba un proceso de consolidación de diferentes niveles de poderes estatales y de élites locales, y, en consecuencia, de profundización irreversible de la usurpación de tierras, despojo y exterminio de las comunidades guaraní que vivían en el chaco[2].
Fue el siglo XIX, el tiempo en que, de manera definitiva, las comunidades guaraní fueron arrancadas de sus territorios[3]. La derrota sufrida en 1864 por guaraníes levantados a la cabeza de Yaveao, Capitán Grande de Cuevo, definió el ingreso irreversible de las haciendas y de miles de cabezas de ganado, con lo cual se ocupó el antiguo territorio guaraní. Pocos años después, la Batalla de Iguembe de 1874, así como la masacre de Mburucuyati de 1877, fueron afianzando el poder hacendal, a través del asesinato de decenas de personas de las comunidades, perpetrado por parte de autoridades y terratenientes. Sin embargo, la lucha no cesó.
Cuevo, Ivo, Kuruyuki, fueron zonas donde se originaron varias sublevaciones durante los siglos XVIII al XIX. El levantamiento “chiriguano”[4] iniciado a fines de 1891 en Ivo, y que culminó con la Batalla de Kuruyuki el 28 de enero de 1892, se inscribe así en una larga historia de resistencia a la invasión[5].
Un nuevo Tumpa, [6] Apiawaiqui Tumpa, pareció entonces en Kuruyuki,(a dos kilómetros de Ivo), en diciembre de 1891, convocando a la resistencia a los Capitanes guaraní, y prometiendo una victoria sobre los invasores karai. Desde por lo menos 20 pueblos, de cuatro mil a diez mil sublevados se congregaron, familias enteras se trasladaron hacia Kuruyuki. (Combés, 2014 y Saignes, 2007)
El reclamo de los guaraníes era claro:
El Tumpa no dice nada mal contra los padres, [misioneros] solo de los que les quitaron sus tierras a la gente y matan por el gusto de matar y robar nuestras cosas” (…) si vienen ellos nos defenderemos”, los karai deben devolver la tierra robada.
(Combés, 2014: 59)
Con arcos, flechas y algunos rifles comenzó la sublevación a principios de enero de 1892. Cuarteles, pueblos karai, haciendas y misiones cayeron bajo el fuego y las flechas de los quereimba (guerreros, en guaraní). Luego de varias escaramuzas, donde era evidente que la fuerza de los vecinos blancos era minoritaria, a las 6 de la mañana del 28 de enero de 1892, tropas del ejército republicano, -munidas con fusiles Remington-, apoyadas por Capitanes guaraní aliados de los karai, asaltaron el campamento donde estaban el Tumpa y los alzados. La batalla duró 8 horas, y la matanza fue sangrienta, lo que quedó de las fuerzas sublevadas se retiró hasta las serranías del Aguaragüe.
Fue el último levantamiento masivo, que concluyó con la persecución y apresamiento de las y los sobrevivientes de Kuruyuki, luego los prisioneros fueron entregados a patrones, enviados al norte argentino, a las misiones del lugar, o a los temidos gomales del Beni, otros huyeron hacia las zonas aún libres del chaco (Combés, 2014).
Después de casi cien años del levantamiento de Kuruyuki, la reorganización guaraní, se tradujo en la lucha por el reconocimiento de sus territorios y la creación de organizaciones indígenas como la Asamblea del Pueblo Guaraní (APG) (Salcedo, 2010). La Reforma Agraria de 1953, que paradójicamente implicó la legalización de las grandes haciendas, significó nuevas formas de afianzamiento del poder local, estatal, coloniales ambos, frente a las comunidades no solo guaraníes, sino de un conjunto de comunidades con identidades diversas.
El despegue de la agroindustria en Santa Cruz en la década de los 50, la explotación petrolera en territorio chaqueño y otras zonas reconocidas como territorios indígenas, el gran avance de la agroindustria soyera en los 90 ligada a poderosas transnacionales, el avance de la frontera agrícola este último tiempo, señalan las recientes maneras en que continúa la guerra de baja y alta intensidad contra las comunidades en el Chaco y la Amazonía, dentro del proceso centenario de expropiación y despojos territoriales. Todo esto a pesar de los logros recientes en lo referente al reconocimiento estatal de sus territorios, a través de la titulación y el saneamiento de tierras. Del otro lado, también marca las diversas formas en que los pueblos sostienen una lucha por sus territorios.
La guerra que no termina
Señala Combès que en 1892, existieron distintos posicionamientos políticos: algunos Capitanes guaraní, pidieron ser parte de una reducción misional, y entre éstos, varios decidieron no apoyar a los sublevad@s; otros participaron directamente de la campaña contra las fuerzas guaraníes lideradas por Apiawaiqui Tumpa; fueron otros miles quienes decidieron salir a la batalla armados de arcos y flechas ante la avanzada imparable de las haciendas privadas.
Estas rutas y contraposiciones, son pertinentes para considerarse, en un momento actual, donde los proyectos estatales, colonial hacendales, bajo el discurso de “desarrollo”, imponen amplios planes de ingreso a territorios indígenas a través de la construcción de hidroeléctricas, la actividad petrolera, corredores bioceánicos, carreteras, etc., en una renovación de los viejos términos de ocupación territorial, que aún se apoya en la consideración de los territorios comunitarios como “zonas baldías” o no productivas. Estos proyectos de enajenación e irrupción que ofertan los territorios indígenas a los capitales empresariales y multinacionales, aún son ejecutados con el ejército, -con las máscaras de “obras” en beneficio de las comunidades-, y el aparato legal que favorece a grandes productores agropecuarios y el crecimiento de los monocultivos como la soya transgénica.
En cada conflicto dado por avasallamientos territoriales –como en los casos del TIPNIS, Mallku Qota, Takovo Mora, el Aguaragüe, etc.-, las argumentaciones y resistencias se reavivan, así como las lealtades coloniales. Las rutas marcadas por Kuruyuki no se agotan ni están saldadas, porque así como existen quienes se alinean con las promesas de modernidad capitalista, aún persisten fuerzas de cuestionamiento que retoman la propuesta política del levantamiento de 1892 sin estár dispuestas a secundar esa especie de suicidio al que el extractivismo nos quiere orillar en nombre del consumismo, el “desarrollo” y la “civilización”.
—————————————————
NOTAS
[1] “Karai”, es el término de origen guaraní, con el cual se hace referencia a los blancos.
[2] El caso de las misiones es particular, puesto que si bien representaba una forma de la imposición colonial en la zona, también fueron parte de una estrategia de las comunidades “chiriguanas”, -como les nombran las crónicas criollas y blancas de entonces-, para no ser molestados por los hacendados que estaban expandiendo sus propiedades. (Combès, 2014)
[3] Jorge Salgado, “Proceso y perspectivas de los territorios indígenas de tierras bajas”, En: territorios indígena originario Campesinos en Bolivia. Entre la Loma Santa y la Pachamama, Fundación Tierra, La Paz, 2010.
[4] “Chiriguanos” es el término con los cuales históricamente se hacía referencia a las comunidades que ya en el siglo XX, se reconocerían a sí mismas como guaraníes. Aquí retomaremos la identidad guaraní.
[5] Se conocen los levantamientos de 1574, 1727, 1793 a 1799, hasta la época republicana desde 1816 a 1825, 1836, 1840, 1849, 1864, 1874 y 1892.
[6] Tumpa, en guaraní se asocia con la divinidad, lo “maravilloso”, tomado como “hombre-dios”. Fue la designación de varios líderes que aparecieron a lo largo de la historia de resistencias guaraní. El Tumpa de Kuruyuki lanzó discursos signados por promesas que afirmaban que las balas se convertirían en agua y no harían daño a los sublevados; y que éstos, en caso de morir en las batallas, resucitarían al tercer día. (Combès, 2014).
BIBLIOGRAFÍA
Combès, Isabelle, Kuruyuki, Instituto Latinoamericano de Misionología, Itenerarios Editorial, Cochabamba, 2014
Saignes Thierry, Historia del pueblo chiriguano, Plural, La Paz, 2007.
Salgado, Jorge, “Proceso y perspectivas de los territorios indígenas de tierras bajas”, En: territorios indígena originario Campesinos en Bolivia. Entre la Loma Santa y la Pachamama, Fundación Tierra, La Paz, 2010.