X Jenny Ybernegaray Ortiz
Los días 5, 6 y 7 de marzo, más de cien mujeres (feministas) se juntaron en La Paz, auto-convocadas por sus urgencias, sus deseos, sus sueños, sus cotidianidades. No sé exactamente quiénes tuvieron la iniciativa, quizás eso no importe mucho, lo importante es que ¡lo lograron! Se juntaron sin auspicio alguno, con sus propios recursos, porque tenían ganas de tejer, cocinar, hablar, sintonizar, o simplemente porque les dio la gana; llegaron de Cochabamba, Santa Cruz, Oruro, Sucre, hasta de Chile, Ecuador y Argentina, para responder a la invocatoria:
“Indignadas hasta el hartazgo de este brutal patriarcado naturalizado cuya máquina de dominación continúa invadiendo nuestros territorios, invisibilizando nuestra sabiduría, criminalizando y mercantilizando nuestros cuerpos y que quiere convertirnos en un dato, en una noticia sensacionalista, en una consigna electoral, en una ley que no funciona, en postales folclóricas despolitizadas, en asesinas inmorales, en víctimas, en instrumentos aparentes de “participación equitativa” funcionales a las repugnantes prácticas que protegen y encubren esta violencia machista con la impunidad. Gritamos ¡BASTA! Gracias a todas por estar presentes. ¡¡¡Jallalla Warmis!!!”
Casi a media noche del miércoles 5 de marzo, S.R.P, publicó en la página (Facebook) del grupo unas hermosas fotografías con el siguiente comentario:
“Hoy nos encontramos, nos vimos, nos conocimos y confirmamos que no estamos solas, desde nuestra K’oita donde celebramos y le pedimos a la pachita que nos acompañe en este encuentro. Desde nuestra charla donde viejas brujas nos hablan de lo que se perdió, pero que lo estamos recuperando, esa lucha de hermanas rebeldes con mucha rabia y valentía, más juntas que nunca. Desde esa olla común, donde todas aportamos, desde ese ají de trigo que compartimos. Bienvenidas sean hermanas a nuestro Aquelarre… ¡¡¡Somos las nietas de las brujas que no pudieron quemar!!!
Una convocatoria, a todas luces, oportuna y necesaria, más aún en estos tiempos que parecen detenidos en la confusión discursiva que se esgrime desde el estado, hoy rehén de una corriente ideológica que no admite disidencias y que pretende despojarnos de nuestras más profundas rebeldías. De un estado voraz, patriarcal y misógino, cuyas máximas autoridades tienen la desfachatez de auto-proclamarse “feministas”, siendo así que cotidianamente hacen gala de un machismo aberrante, sórdido y perverso que no deja el menor atisbo a la confusión, salvo, claro, la de sus incondicionales que hasta aplauden tamaña impostura.
Las pocas horas que las estuve acompañando, el viernes por la tarde, justo cuando compartían las conclusiones de las mesas de trabajo en las que debatieron temas tan urgentes como aborto, violencia, extractivismo, descolonización/despatriarcalización de nuestros cuerpos, pude atestiguar que las ahí presentes son todas mujeres con enorme talento, con muchísimas ganas de sortear obstáculos, de construir vínculos, de armar redes de afecto y sororidad que ¡tanta falta nos están haciendo!
Las feministas de mi generación hicieron (y todavía hacen) mucho para revertir el orden patriarcal que nos domina. Recién inaugurado el proceso democrático, en los años ochenta, apostamos por la democracia y confiamos en que, en la medida en que ésta madurara, obtendríamos condiciones auspiciosas para todas las mujeres de este país. Y ahí están los resultados, docenas de normas, planes, proyectos, ensayos, debates, la mayoría destinados a irrumpir en el Estado, como escenario de dominio masculino, para hacer sentir nuestra presencia, para demandar reconocimiento, para exigir igualdad de derechos y de oportunidades.
Sin embargo, quizás el mayor extravío de mi generación fue que, salvo contadas excepciones, la mayoría de nosotras nos subsumimos en esa vorágine de demandas y nos acostumbramos a solazarnos en nuestros logros -por muy pírricos que fueren- diciendo “¡a nada!”. Fue así como terminamos “institucionalizándonos”, perdiendo autonomía y capacidad de soñar en grande, en suma, terminamos envejeciéndonos.
Es por todo ello que celebro con tanto entusiasmo este encuentro de una nueva generación -donde caben mujeres de todas las edades- que está tomando un nuevo rumbo. Esta es una generación que toma la posta desde otro lugar, en otro momento, desde la subversión de los símbolos, las imágenes, las prioridades. Esta generación no pierde de vista que el estado, en tanto garante de derechos, nos debe mucho; pero, al parecer, demandarle no es su prioridad, la suya está marcada por un horizonte de emancipación colectiva que se origina en esa “olla común” en la que han puesto a cocinar sus diversas y hondas intuiciones, sus indocilidades, sus saberes.
Nadie, ni ellas mismas, sabe qué saldrá de esa “olla”, qué sabor tendrá el puchero que está en pleno proceso de cocción; por ahora, las une el placer de cocinar juntas, y eso es maravilloso. Creo que de eso se trata, precisamente, de encontrar placer en el hacerlo juntas, de tejer redes capaces de accionar dispositivos que interpelen la normatividad existente y de reaccionar frente a las injusticias.
Definitivamente, el “Aquelarre Subversivo” ¡fue un evento inspirador! Agradezco desde lo más hondo de mis afectos a estas imillas atrevidas, insurrectas, desobedientes, vitales y amorosas que me hicieron sentir que pueden venir tiempos mejores para todas nosotras, que el ocho de marzo puede ser un día de celebración de nuestras vidas y no sólo de llanto por nuestras queridas e inolvidables muertas.